Por Rosa María Arjona

¿Los ángeles existen?

En el antiguo imperio persa, hacia el siglo VI antes de la era cristiana, se describía a los ángeles como seres de luz destinados a servir a Dios, quien los creó como nexo de unión con el mundo terrenal. De ahí que su nombre significase –y aún significa- “mensajero”. Los babilonios y los asirios también creían en los ángeles, a los que llamaban keribus. Más tarde, estos seres espirituales también estarán presentes en la religión judaica, en el islamismo y en el cristianismo.

Pero vayamos más lejos en el tiempo.

Los antiguos celtas creían en la existencia de los ángeles, a los que llamaban anamchara, cuyo papel era guardar, acompañar y ayudar a las personas a desarrollarse espiritualmente. Los concebían de distintos rangos. Los más altos estaban en constante comunión con la divinidad, después, los ángeles que se encontraban ascendiendo hacia ella, y por último, los ángeles que estaban en el mundo físico como las cuevas, los ríos y los bosques. O, incluso, las hadas…

Pero, ¿existen de verdad?…

El hinduismo, con 3.000 años de historia, concibe dos tipos de ángeles a los que llama gandharvas, seres musicales representados con alas, y los devas, seres luminosos que ayudan a los humanos en su búsqueda espiritual. El budismo, por su parte, los llama bodhisattvas, “seres iluminados”, seres que han pospuesto su entrada al Nirvana para ayudar a otras personas a lograr la iluminación.

Luego, ¿existen?…

Según el cristianismo los ángeles son seres puros y perfectos, sin maldad ni pecado, semejantes a la inocencia de un niño. Si a una persona se le llama “ángel” es sinónimo de bondadoso, generoso y comprensivo. Su antónimo es “malage”, contracción andaluza de “mal ángel”, término definido en el diccionario de la Lengua Española como “persona sin gracia, desagradable o que tiene mala intención.” Ahí es nada.

Sí, yo creo que los ángeles existen.

Aparecen en los momentos difíciles de nuestra vida, en aquella mano que nos echa un extraño cuando más lo necesitamos, en esa palabra amiga, en ese hecho inesperado que lo cambia todo, en cada una de esas «casualidades» tan oportunas, en una visión inspiradora, en una sonrisa, en un sueño…, entonces uno se siente “tocado” en lo más profundo del alma y todo a tu alrededor se ilumina. “Todos los ángeles de Dios nos llegan disfrazados”, decía el poeta americano James Russell Lowell. Somos muchos los que damos fe de ello. Estemos muy atentos, pues, para ser agradecidos devolviendo en los otros la ayuda recibida.

Resumen del libro “El ángel perdido” de Javier Sierra (Teruel, 11 de agosto de 1971)

Julia Álvarez se encuentra trabajando en la restauración del Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela la noche de difuntos cuando, de pronto, un extraño irrumpe en el templo y se dirige a ella en una lengua desconocida. Antes de que logren entenderse, un súbito tiroteo frustrará su encuentro y el intruso huirá. El hombre que ha iniciado los disparos se presenta entonces a Julia como un agente de la Agencia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos que ha sido enviado a España para esclarecer el secuestro de su marido, el afamado climatólogo Martin Faber, desaparecido cerca de la frontera entre Turquía e Irán.

A partir de ese momento, Julia se verá envuelta en la búsqueda de dos antiguas piedras que son la clave para rescatar a su esposo, dos minerales únicos llamados adamantas, que pertenecieron a un matemático y astrólogo de la corte de Isabel I de Inglaterra que dedicó buena parte de su vida a investigar las posibilidades de comunicarse con los ángeles y codiciadas desde hace siglos por personas de las altas esferas políticas de Estados Unidos y por una secta milenaria del corazón de Armenia. En medio de esta lucha internacional por hacerse con su control, Julia iniciará un vertiginoso viaje que la conducirá de una pista a otra, sorteando peligros y descifrando mensajes ocultos en marcas de cantería, lápidas legendarias y cábalas fonéticas, que se entremezclarán con mitos y creencias tan antiguas como el Diluvio Universal. Esta aventura culminará en tierras de Noé, en lo alto del monte Ararat, arrastrando a Julia a una trampa urdida por aquellos en quienes más confiaba y que la obligará a enfrentarse a aquello que más teme.

Una pincelada

“Tras meses redactando informes sobre cómo conservar la obra maestra del románico, sabía que me encontraba a un paso de poder explicar el deterioro de uno de los conjuntos escultóricos más importantes del mundo. Un monumento que había conmovido a generaciones enteras, recordándoles que después de esta vida nos aguarda otra mejor. Qué importaba que fuera noche de difuntos. En el fondo era una coincidencia de lo más oportuna. Las imágenes que iba a analizar llevaban siglos recibiendo a los peregrinos del Camino de Santiago, la ruta religiosa más antigua y transitada de Europa, reavivando su fe y recordándoles que traspasar aquel umbral simbolizaba el final de su vida pecadora y el inicio de otra, más sublime. De ahí su nombre. Pórtico de la Gloria. Sus más de doscientas figuras eran, pues, auténticos inmortales. Un ejército ajeno al tiempo y a los miedos de los humanos. Y, sin embargo, desde el año 2000, una extraña enfermedad los estaba desvitalizando. Isaías y Daniel, por ejemplo, se exfoliaban, a la vez que algunos de los músicos que tañían sus instrumentos poco más arriba amenazaban con desplomarse si no se lo impedíamos. Ángeles trompetistas, personajes del Génesis, pecadores y ajusticiados mostraban también signos preocupantes de ennegrecimiento. Por no hablar de la imparable decoloración de todo el conjunto.

Desde la época de las cruzadas ningún ser humano había examinado aquellas figuras tan de cerca ni tan a fondo como yo. La Fundación Barrié creía que estaban siendo atacadas por la humedad o por bacterias, pero yo no estaba tan segura. Por eso hacía horas extras cuando no había turistas mirándome ni peregrinos cuestionando que hubiéramos ocultado la obra maestra del Camino tras unos andamios casi opacos. Ni, claro, otros técnicos que pudieran cuestionar mis ideas.

Aunque yo tenía una razón más.

Una, a mi juicio, tan poderosa que no me había granjeado más que problemas”…

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